El cuerpo
El principio de unidad del cuerpo, tan central en la práctica osteopática, estipula que cada parte del cuerpo depende de otras partes para mantener su función óptima y hasta su integridad. Esta interdependencia de los componentes corporales es mediada por los sistemas de comunicación del organismo: intercambio de sustancias a través de la sangre circulante y otros líquidos corporales, e intercambio de impulsos nerviosos y de neurotransmisores a través del sistema nervioso.
Los sistemas circulatorio y nervioso también median la regulación y coordinación de las funciones celulares, tisula-res y orgánicas y, por ende, el mantenimiento de la integridad del cuerpo en su conjunto. La colaboración organizada e integrada de los componentes corporales se refleja en el concepto de homeostasis, la preservación de la constancia relativa del medio interno en el que viven y desarrollan sus funciones todas las células.
En vista de esta interdependencia e intercambio de influencias, es inevitable que la disfunción o la falla de un componente corporal mayor afecte adversamente la aptitud de otros órganos y tejidos y, por lo tanto, la propia salud.
La persona
Por más importante y válido que sea el concepto de unidad corporal, resulta incompleto por el hecho de que, por implicación, está limitado al reino físico. Los médicos no atienden cuerpos, sino individuos, cada uno de los cuales es
único en virtud de su dotación genética, su historia personal y la variedad de ambientes en los que se desarolló su vida.
La persona, obviamente, es más que un cuerpo, pues posee una mente, también producto de la herencia y la biografía. La separación del cuerpo y de la mente, sea conceptualmen-te o en la práctica, es un residuo anacrónico de un modo de pensar dualista como el sustentado por Rene Descartes, filósofo y hombre de ciencia del siglo xvn, quien creía que el cuerpo y la mente eran dominios separados, uno abiertamente visible y palpable, y el otro invisible, impalpable y privado. Esta concepción dualista es anacrónica porque, si bien es rechazada casi universalmente en su validez, todavía está implícita en gran parte de la práctica clínica y en la investigación biomédica.
La investigación clínica y biomédica (así como la experiencia cotidiana) ha demostrado irrefutablemente que el cuerpo y la mente son tan inseparables, están tan compenetrados uno con otra, que pueden ser considerados -y tratados- como una sola entidad. Hoy se acepta ampliamente (esté o no demostrado en la práctica) que lo que sucede (o marcha mal) en el cuerpo o en la mente tiene repercusiones en la otra parte. Es por razones como éstas que prefiero hablar de unidad de la persona antes que de unidad del cuerpo, para dar a entender una humanidad e individualidad totalmente integradas.
La persona como contexto
Los fenómenos asignados a la mente (conciencia, pensamiento, sentimientos, creencias, actitudes, etc.) tienen sus contrapartidas fisiológicas y conductuales; a la inversa, los cambios corporales y conductuales tienen concomitancias psicológicas, como alteración de los sentimientos y de las percepciones. Cabe notar, empero, que es la persona la que siente, percibe y responde, no el cuerpo ni la mente. Es usted quien se siente bien, enfermo, alegre o triste y no su cuerpo o su mente. Lo que sucede en el cuerpo y en la mente está condicionado por quién sea la persona y por su historia completa.
En suma, la persona es mucho más que la unión de cuerpo y mente, en el mismo sentido que el agua es más que la unión de hidrógeno y oxígeno. Nada de lo que sabemos acerca del oxígeno o del hidrógeno explica los tres estados del agua (líquido, sólido y gaseoso), sus respectivas propiedades, los puntos de ebullición y congelación, la viscosidad, etc. El agua incorpora pero trasciende el oxígeno y el hidrógeno. Para entender el agua debemos estudiar el agua y no apenas sus componentes. Del mismo modo, en un nivel muchísimo más complejo, la persona comprende cuerpo y mente, pero los trasciende.
Por otra parte, una vez que el hidrógeno y el oxígeno se han unido para formar el agua, quedan sujetos a las leyes que rigen el agua. En el mismo sentido, pero infinitamente más complejo, es usted el que integra su mente, cambia de ideas, forma y enriquece su mente y la pone a trabajar. Es usted quien en todo momento determina si ha de expresar y de qué forma, por medio de su cuerpo, lo que está en su mente.
Por lo tanto, la persona es el contexto, el medio en el que viven y funcionan todas las partes del cuerpo y en el cual halla expresión la mente. Todo lo que concierne a la persona -su genética, su historia desde la concepción hasta el presente, su nutrición, su uso y abuso de cuerpo y mente, su condicionamiento parental y escolar, los ambientes físico y sociocultural, etc.- pasa a determinar las características de la función física y mental. Cuanto mejor sea la calidad del ambiente provisto por la persona a los componentes mental y corporal. mejor funcionarán estos. Por ejemplo, alguien que padece una úlcera péptica no está enfermo por la úlcera; ésta se desarrolló a raíz de un medio interno desfavorable.
Como conclusión, así como el objeto para el estudio apropiado del género humano es el hombre (Alexander Pope), para el estudio adecuado de la salud y la enfermedad humana también es el hombre. Como resultará evidente, el principio de unidad de la persona nos conduce naturalmente al siguiente.
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